miércoles, 13 de julio de 2011

LAS DOS LUNAS DE VERONICA


Verónica estrenaba una sensación de tristeza al percibir que el hombre que estaba a su lado desde hacía muchos años, ya no podía protegerla. Él, por su parte creía estar siempre muy cerca de ella. Para Verónica, él la había abandonado. Para Agustín, ella siempre tendría todo de él. Por distintas razones,  sus vidas se hallaban sesgadas por la distancia.

Me pregunto quien de los dos tenía la razón respecto de aquello que estaban sintiendo, quien de los ellos poseía la verdad? Quizás sólo se tratase de dolores distintos. Quizás la pena no se pueda comparar en términos relativos entre un corazón y otro.. Quizás las heridas lastimen en lugares diferentes. Quizás existan incluso, sufrimientos más justos que otros. Pero de seguro, en todos los casos, la experiencia de quien padece, es siempre una realidad tan dolorosa como verdadera.

Se despidieron. Posiblemente ya no volverían a verse. En una soledad que lastimaba, ambos quedaron como ausentes atrapados por la noche.

Algo apartado, su niño los seguia con una mirada expectante.

Súbitamente, el brillo de la luna pareció golpear a Agustín y arrancarlo de su ensueño. La distinguió inmersa dentro un cielo azul profundo, tan profundo que parecía contenerla sólo a ella. Algunas nubes desplazadas por el viento, la atravesaban lentamente. La cubrían para desnudarla un instante después. Obnubilado por su implacable luz y persistencia, la veía reaparecer mágica e inevitablemente una y otra vez.  Imprevistamente pareció tomar conciencia de su propia pequeñez frente a ese astro que  estático, parecía mirarlo y asegurarle que allí se quedaría para siempre. Se estremeció, cerró sus ojos y lloró, perdiendo la noción del tiempo. Al volver en sí, su luna seguía estando allí para él, inmutable, siempre idéntica, sin exigirle nada, sin hacerlo sentir incorrecto.

Y el niño, apartado, parecía comprenderlo…

Muy cerca de allí, Verónica contemplaba el mismo cielo con una mirada distinta, más aguda, como si sus ojos tuviesen el poder casi infinito de un telescopio. También a ella, la  luna la hipnotizó. Sus formas, sus relieves, su  comportamiento. Al observarla, pudo percibir lo que Agustín parecía desconocer: la luna se movía y giraba insolente sin pedir permiso, mostrando su vitalidad y dejando al descubierto sus distintas caras.  Poseía un ritmo propio  que no parecía detenerse por nada ni nadie. Nuestra Verónica, inmóvil, se maravilló de tanto sincronismo, cuya autonomía, ella no podría jamás modificar. Los hilos no estaban en sus manos y aunque la necesitara, la luna se alejaba irremediablemente.

Y su niño, apartado, también comprendió…

Un mismo objeto, había conmovido a dos seres de manera muy diferente. La experiencia que ambos tenían respecto de esa luna y la sensación de sí mismos que a modo de espejo, la misma les reflejaba, difería por completo. Agustín  tuvo la certeza de que no importaba cuánto él pudiese ausentarse, la misma luna siempre permanecería intacta junto a él. Se sentía su dueño. Verónica, en cambio, veía que el astro se le escapaba,  dejándola en una soledad que la sacudía. Uno, la poseía a su antojo, el otro la perdía inexorablemente.
Sin embargo, no es fácticamente posible que algo pueda moverse y estar quieto a la vez. Que algo pueda permanecer y alejarse al mismo tiempo. Se trataría de  una premisa compuesta por términos que se excluyen entre sí.
No obstante, y a pesar de dicha contradicción, puede alguien dudar que la experiencia emocional o subjetiva de estas dos personas es un sentir verdadero y coherente con lo que cada uno percibe de aquello que tienen frente a sí?
Pues la vida siempre ocurre de este modo. La vida no se mira, se siente. Acaso tenemos conciencia  de que en este mismo instante nos estamos moviendo junto con la tierra que nos alberga. No, y sin embargo así es. En el devenir de la vida, lo que marca el ritmo de nuestras emociones es lo que cada uno puede percibir y no lo que las cosas son en realidad.

Y mientras tanto, el niño continua allí, comprendiendo que la distancia entre ellos es inevitable.

Agustín, corrió agitado. Necesitaba contarle a Verónica lo poderoso que se sentía por poseer a la luna. Casi al mismo tiempo, ella quiso transmitirle su profunda pena al haber comprendido el poco control que tenia sobre aquel objeto que nunca la esperaría. Al oírse, sus rostros se entristecieron. Repentinamente advirtieron que no podrían sintonizar sus miradas, perpetuando aquella sensación inicial  de incomprensión y desencuentro entre ambos. El mundo que un día había sido contemplado con los mismos ojos, se había transformado en dos mundos distintos.

Y, con un dejo de resignación y lagrimas en los ojos, el niño pensó: “que pena que hoy, no puedan darse cuenta que se trata de la misma luna”

Cíclicamente y con una melodía que le es propia, el amor parece separarse en mundos que poseen lunas exclusivas, imposibles de compartir, haciendo inviable la posibilidad del encuentro.  Y sólo algunos pocos, como si fuese un milagro, son capaces de transformarse durante apenas un instante, en ese niño apartado que posee el precioso don de percibir y comprender los dos mundos a la vez.

Gabriela Jaicovsky
Abril 2011

PD:.Por suerte hoy,  mi luna es azul, igual que la de él. Y pronto, la tuya, si aún no lo es, tambien será una sóla luna compartida.


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