miércoles, 15 de junio de 2011

El día que me anime a ver



Escuche a alguien, ya no recuerdo a quien, decir por ahí, que en determinado momento de la vida, se hacía necesario enfrentar la realidad de ser uno mismo.
Mi pensamiento quedo atraído por tan intensa idea y comenzó a enviarme preguntas, que teniendo en cuenta de quien provienen,  no cesarán hasta ser al menos cuestionadas, en tanto responderlas sería un propósito demasiado pretencioso y colosal.

¿Que significa enfrentar la realidad de ser uno mismo?
¿Es esto posible para nuestro ser o por el contrario, la percepción de dicha realidad traería consigo un efecto devastador sobre nosotros?
¿Quien es ese al que llamamos uno mismo y cuan lejos está de lo que en realidad somos?

Demasiados interrogantes, mero reflejo sin dudas, de mi implacable autoconciencia. Sin embargo, paradójicamente, creo tener al menos una certeza respecto de mí misma. Desde hace algún tiempo, los años han traído a mí la aceptación de una parte de la realidad respecto de quien soy. Y tal aceptación es maravillosamente liberadora.

Pero de ningún modo, deseo equiparar aceptación con resignación. Según mi criterio, la aceptación posee, en contraposición a la resignación, una connotación positiva. Aceptar, es un acto casi agradable, tranquilizador. Se trata de encontrarle sentido al menos a parte de  lo que uno es, muy a nuestro pesar en algunos casos. Si bien es cierto que existen realidades que pueden modificarse y frente a las cuales hay mucho por hacer, existen otras que se imponen con fuerza arrolladora, como verdades imperturbables frente a nuestro indefenso deseo de ignorarlas.

Aceptar, se refiere precisamente a ese tipo de cosas que nunca serán distintas y frente a las cuales un día, es posible por fin, dejar de mirar, para animarse a ver.

Se trata de no luchar batallas sin sentido, de renunciar al intento de ir en la dirección inversa a la impuesta por la realidad. Nadar contra la corriente, extingue, quita fuerzas y proyecta un final casi profético: aún siendo un eximio y competente nadador, llegará un instante en que uno no podrá sino más que sofocarse. En cambio, si solo nos dejáramos arrastrar por los caprichosos y muchas veces incomprensibles embates del mar, probablemente seríamos conducidos hacia la orilla. En múltiples oportunidades,  la corriente nos deposita en el lugar correcto, o más precisamente, en el único lugar al que existen posibilidades de arribar, aun si éste no es aquel al que nos proponíamos ni deseábamos llegar.

Podría objetárseme con razón, que en el juego de probabilidades, sigue existiendo aquella que indica que si se deja de nadar, aceptando la derrota, es posible que la muerte nos sorprenda, en tanto en ciertas ocasiones, el mar no juega a nuestro favor. Es verdad. Pero pretender ir contra el ímpetu de su poder, también asegura el fracaso, pues si el agua se empeña en llevarnos hacia adentro, tarde o temprano y de manera inevitable, nuestras fuerzas físicas se consumirán. No hay posibilidad alguna de vencer. El mar, siempre –y me pesa admitirlo-, siempre, será más poderoso que nuestra voluntad y buenas intenciones. Resistirse a él, implica cuanto más, la posibilidad de decirnos a nosotros mismos, que no nos dimos por vencidos sin antes haber opuesto resistencia. En definitiva, que no nos hemos resignado, lo cual no es poco, pero que aun siendo cierto, no cambia la realidad de un final establecido de antemano.

No se trata de una concepción determinista que refleje que el hombre es víctima pasiva e indefensa de un destino inevitable. Por el contrario, abrazo la idea de que somos absolutos responsables del escenario en el que la vida transcurre y que poseemos la capacidad y hasta la obligación, de escribir nuestra propia historia. Pero no obstante ello, y a pesar de tener la posibilidad de elegir en que aguas nos  adentraremos, y fijar incluso, hasta donde nos aventuraremos, jamás podremos prever una tormenta inesperada. Mas allá de haberlo pensado todo, hay eventos y acontecimientos que nos exceden y sobre los cuales no se  posee el control,  por lo que jamás seremos responsables de ello.

A ese tipo de situaciones me refiero al hablar de aceptación, aquellas frente a las cuales no vale de nada resistirse y menos aún, cuestionarse el porque estamos expuestos a  tal o cual realidad. Por el contrario, será más adaptativo y beneficioso para nuestro ser, aceptar simplemente que se esta dentro de una determinada realidad, otorgarle carácter de verdad y decidir entonces, que hacer con dichas circunstancias. No es viable ni oportuno para la supervivencia, reclamar respuestas en medio de la tormenta, ni optar por la pretensión de comprender el por qué las cosas se producen de un modo específico. Llueve y hay tormenta por un cúmulo de factores que pueden ser perfectamente explicados, pero que no por ello, dejan de existir. Poder explicar por qué llueve, será útil y relevante para la labor de un meteorólogo, pero no para quien ya haya sido sorprendido por una tormenta inesperada. En esas circunstancias, se torna más efectivo a fin de sobrevivir, pensar en aquello que puede hacerse respecto a la situación en la se está inmerso. Y si se es capaz de pensar en ello, es porque implícitamente se ha dejado de cuestionar la impronta de su  existencia. Paradójicamente, es precisamente en ese instante, cuando se hace posible retomar el control de la propia vida. Es ese el punto en el cual podremos actuar y decidir como continuamos la historia.

Este tipo de aceptación, es aquella que permite avanzar en el sendero de la propia realidad, contribuyendo a comprender quienes somos,  incluyendo tanto los aspectos que nos devuelven una imagen positiva de nosotros mismos, como los que por el contrario, preferiríamos no nos pertenezcan.

Y retomando aquello con lo que comencé, es decir mi propia realidad, pensaba que desde hace un tiempo, he aceptado algunas de las tormentas a las que estuve y continúo estando expuesta. Aquellas cosas de mí misma frente a los cuales luché sin sentido contra la fuerza que imponía el mar,  en un intento de rechazar aspectos que se oponían a lo que se suponía que yo debía ser,

Y sí, yo también nadé contra la corriente, Nadé, nadé y nadé. Pero en mi travesía, hay orillas a las que nunca llegué, y comencé a entender que seguir resistiendo me traía infelicidad. O más exactamente, que YO ERA FELIZ, precisamente, NO SIENDO LO QUE SE SUPONIA QUE FUERA.

Un día, por fin, también descubrí que soy feliz en lo que mi pensamiento había juzgado tiempo atrás como mediocridad, término que representó una especie de fantasma a lo largo de toda mi vida, Simbolizaba para mí, entre otras cosas, aquella condición que mantiene al ser humano en un punto medio, sin afán de superación permanente o distinción por sobre otros. Aquello que nos mantiene quietos en un mismo lugar, como si acaso se tratara de avanzar sin descanso. Como si las metas constituyeran una especie de escalera sin fin.

Pero transitando, mal que me pese reconocerlo, un tramo ya avanzado de la vida, es momento de advertir que existen posiciones alcanzadas, peldaños a los que accedí, luchas en las que logre imponerme al mar, o mas exactamente, en las que la corriente me permitió nadar hacia la orilla,  ayudada,  por que no decirlo, por mi afán de ir hacia objetivos alguna vez soñados.

Y por momentos, sólo por momentos, vislumbro como en pequeños destellos, la imagen de una mujer que se encuentra en un lugar en el que le agrada estar y del cual no tiene deseos de moverse. Llegue al descanso que existe entre piso y piso. Distingo la planta siguiente al levantar mi mirada, pero no estoy dispuesta a seguir subiendo. Si de eso se trata la mediocridad, debo admitir que mi propia realidad esta teñida de tal condición, aceptando quien soy, le guste o no a quien muchas veces actúa como un verdugo despiadado: la PROPIA CONCIENCIA.
Mi corazón por su parte, anhela detenerse y observar desde aquí el camino recorrido, los peldaños escalados, algunos con mucho esfuerzo por cierto, y simplemente, disfrutar.

Finalmente aquí estoy, sea como sea que haya llegado. Y a pesar de percibir claramente que esta quietud no permanecerá por siempre, sospecho asimismo que serán otras las escaleras que algún día ansiaré recorrer. Escaleras de otros colores, formas y matices. Escaleras que conduzcan a puertas y lugares diferentes. A la transitada hasta aquí, le digo: Basta para mí!!! Juguemos a otra cosa.

Y en ese nuevo juego, la protagonista será probablemente alguien que intente vivir en un mundo menos determinado por el pensamiento y el deber. Hoy soy alguien que deberá incorporar a su propia realidad, la evidencia de haber sido conducida hacia una orilla no del todo pensada, abandonando la segura pero limitante hoja de ruta  dibujada en la juventud, para  comenzar a improvisar en nuevos e inciertos senderos.


G.J.

PD: Escrito una noche en que la aceptación me era posible. Se recomienda no tomar al pie de la letra!!!

1 comentario:

  1. Considero que uno debe aceptarse a uno mismo en todos los sentidos, tantos los buenos como los malos.
    Pero claramente hay que intentar superar las cosas malas y mejorar las cosas buenas que uno tenga, asi como tambien aprender de los demas.

    Buenas lineas Saludos.

    Te invito a visitar Mi blog.

    http://seduciralasmujeres.blogspot.com/

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