sábado, 18 de febrero de 2012

Ser Crisálida

En una oportunidad, un paciente maravilloso a quien tuve la suerte de tratar, me dijo entre otras muchas cosas interesantes y sabias, que se sentía una crisálida. Frente a mi sorpresa, intentó hacerme comprender. Me explicó que toda oruga, atraviesa en su ciclo vital, una serie de sucesivas transformaciones hasta alcanzar la madurez y convertirse en mariposa. Hasta allí, nada que yo desconociese. Pero luego agregó, que entre uno y otro estado del desarrollo, tiene lugar una fase en la cual el organismo permanece externamente inactivo, mientras en su interior ocurren los más diversos y extraordinarios cambios. Martín, así llamaremos a mi querido paciente, intentaba transmitirme la extrañeza que se experimenta por dentro, cuando ya no se es lo que se era, al tiempo que aun no se ha llegado a ser otra cosa. Se trataría entonces, de parecer una oruga por fuera, mientras el sentir interior no se corresponde con dicha imagen. El ser crisálida, constituye un momento de transición que conlleva una incertidumbre absoluta y que por otro lado no tiene vuelta atrás. Uno desearía muchas veces volver al estado anterior, ese terreno conocido, aunque caducado, pero ya no es posible. Permanecer en ese lugar desconocido, se hace aún más difícil, pues todavía no se ha arribado a un nuevo lugar, por lo cual la sensación que se posee es la de estar sumamente desprotegido y a la deriva. Ya no somos orugas, pero tampoco mariposas A partir de aquel día, muchas veces me encontré diciendo, sin hacer plagio pues siempre hablo en nombre de Martín, que alguien esta siendo crisálida. Ser crisálida es crecer, desarrollarse y tender hacia algo mejor. Y a diferencia de las orugas, en las que los cambios son exclusivamente biológicos y por lo tanto concluyen en una modificación de orden externo o morfológico, para nosotros, organismos mucho más complejos que las mariposas, los períodos de cambio, no sólo se repetirán mas de una vez en nuestras vidas, sino que además, afectarán (más allá de las arrugas que vayan naciendo), exclusivamente a nuestro ser interior. Si es que queremos jugar el juego para el cual fuimos creados, deberemos alegrarnos de atravesar este tipo de transformaciones, que hacen posible que repetidamente, tengamos el honor de convertirnos en bellas mariposas. G.J.
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