martes, 26 de julio de 2011

LA NOCHE QUE NOS CAMBIA

Lo mejor de mí existe en la noche. Su profundo silencio me provoca un encanto único. Súbitamente se presentifican la energía, el entusiasmo y la magia ausentes durante el día, que colmado de ruidosos estímulos, distraen y obnubilan mi interior. En su mutismo puedo pensar, sentir, actuar, extrañar, perdonar, querer. Se me hace posible escuchar la profundidad de mi ser, su esencia, la misma que con el sol, permanece adormecida. Las ideas aparecen con una voracidad infinita, rebotando en el vacío y volviendo a mí sin poder captar otra alma que las recoja.
Las luces que desde lejos se vislumbran desde el interior de algunas pocas casas linderas aún despiertas, me propician espontáneas historias respecto de sus dueños. Sus diminutas ventanas iluminadas, dejan entrever vidas de seres que en este preciso instante quizás estén amando, naciendo, padeciendo. Vaya uno a saber.
Desde mi ventana, distingo una mujer de suéter rojo sollozando;
Una pareja de mediana edad que ya no logra mirarse;
Un grupo de amigas riendo con una copa de vino agitada en sus manos;
Un anciano leyendo, abrazado a quien supongo es su compañera de toda la vida;
Un niño que por temor, duerme con una luz encendida;
Dos amantes, borroso su sexo, haciendo el amor.
Cuantos cuentos podrían escribirse a partir de las imágenes, que como si fuesen vidrieras, se traslucen en este instante a través de sus cristales. También percibo mi propia agitación al verlos.
Ahora mismo, sólo se escucha el sonido de una hornalla encendida responsable de calentar el té con canela que tanto me gusta y una canción de Sabina, a quien descubrí no hace mucho tiempo.

La mujer de suéter rojo, se ha dormido;
La pareja por fin se ha mirado y parece aceptar la despedida;
Las amigas que antes reían, se hallan ahora consolando a una de ellas, que parece triste;
El anciano regala un beso en la frente a su mujer;
El niño parece estar soñando algo muy bello;
Y los amantes se descubren el alma en la intimidad de ese cuarto.

Todo cambia irrevocablemente. No hay posibilidad de evitarlo y ese instante jamás volverá a existir para ninguno de ellos. En cuestión de minutos, sus vidas han cambiado. Ya no son quienes eran cuando los descubrí por primera vez. Tampoco yo, que ahora llevo conmigo las emociones que estas imágenes despertaron en mí, junto con la tibieza que me regaló el té con canela.
Sabina ya no suena, y quizás sea ese silencio, el que ahora me permite escuchar nuevos sonidos que provienen de una noche que afuera, se encuentra saturada de vida y destella una existencia que aún no había percibido.

Y mientras en el exterior la gente parece estar feliz, la mujer de suéter rojo, se ha despedido para siempre de su hijo;
La pareja se ha vuelto irremediablemente, sólo uno;
Las amigas ríen nuevamente, ya sin copas en sus manos;
El anciano se ha dormido;
El niño se ha abrazado a su muñeco más querido;
Y los amantes parecen haber recordado que deben separarse y volver a sus vidas vacías de ese amor prohibido.

¿Sabrán de mí esos seres, que al igual que yo, han cambiado tanto en tan solo unos instantes? ¿Verán desde sus ventanas la silueta de quien parece estar inventando un mundo de historias propias y que al despuntar el sol, se hallará nuevamente perdida y ciega de emociones?
Busco en las ventanas vecinas. Ya no los veo. Se han ido. El día, con su ajetreo, se los ha llevado. Al igual que a mí.
Pero ya no son los mismos,… a pesar de que hayan logrado engañar al sol!!!!

G.J.

PD: Uno nunca es plenamente conciente de sus propios cambios. Son demasiado sutiles como para ser percibidos sin que les prestemos especial atención. Sentite…y descubrí que cambió la noche en vos
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lunes, 25 de julio de 2011

Caminos Marcados





Pensaba hoy en aquellas experiencias o personas, que por alguna u otra razón han marcado en algo nuestras vidas. Quizás se trate de eventos fugaces, de apenas un instante, pero lo suficientemente intenso como para plasmar huellas definitivas en nuestro ser, en nuestro modo particular de ver ciertas cosas y hacer ciertas otras. 
Mi trabajo me regala la posibilidad de escuchar miles de estas historias. 
Recuerdos de amores no correspondidos y hasta incluso, nunca enunciados. 
Palabras imprecisas escuchadas al pasar. 
Imágenes efímeras de las que fuimos testigos ocasionales. 
Adultos que en el presente, evocan a seres y recuerdan sucesos que hace mucho tiempo atrás, fueron significativos en sus vidas, y que aún hoy redoblan en sus mentes con una fuerza, que no parece corresponderse con la realidad objetiva de los hechos. 
Los eventos se han inscripto con un impacto e intensidad tal, que han quedado sellados para siempre. 
Sin embargo lo que me maravilla aún más, es pensar que en la mayoría de los casos, esos “otros”, a los que vimos, a los que escuchamos o a los que creímos amar, desconocen que en el presente forman parte del mundo subjetivo de seres a los que quizás ni recuerden. Y menos aun tienen conciencia, del efecto que han causado en el curso de algunas vidas, sin haber tenido expresa intención. 
Hay una canción de la Bersuit, que representa un emblema de este tipo de historias. Desconozco cual fue la circunstancia que motivó al autor a escribir su letra, pero siguiendo mi costumbre, y casi sin poder evitarlo, imagino mi propia novela al respecto. Me figuro a un ser desdichado, que luego de haber transitado toda una vida, aún recuerda a esa hermosa adolescente, imaginando que su existencia hubiese sido más feliz a su lado y soñando junto a ella, un destino diferente. Una de sus estrofas, dice: “Cambio a toda mi familia por un segundo con vos”. Resulta sumamente triste, aunque más corriente de lo que se esperaría, saber que un ser humano puede desear desde lo más profundo de su corazón, cambiar lo que se supone debió ser lo más importante de su vida, por un instante con alguien, que existe solo en su mente., sin percibir que se trata de un recuerdo distorsionado que le otorga un carácter irreal. La imagen y la fantasía de lo que podría haber sido, posee una fuerza contra la cual es imposible combatir. No hay nada más nocivo, que un amor al que nunca se le ha corrido el velo de lo ilusorio. Permanece siempre en lo alto, como algo perfecto e inmaculado, que difícilmente pueda ser superado por nada ni por nadie. 
Definitivamente esa canción, que me encanta a pesar de todo, es el símbolo de una existencia frustrada. Y lo más doloroso de la historia, está marcado por el hecho de que el objeto y protagonista de dicho amor, quizás no recuerde ni siquiera el nombre de ese hombre que 40 años después, aún sigue pensando en ella. 
Cuantos de nosotros, estaremos en el lugar de quien sin saberlo, devastó o al menos opacó, la vida de un otro al que ya no recordamos. Cuantas almas andarán por el mundo perpetuándonos con esa ilusoria nitidez que impide ver la realidad y el brillo de otras luces. 

Por fortuna, también forman parte de nuestra historia, seres que sin saberlo, han influido favorablemente en el rumbo de nuestras vidas, ya sea porque nos han ayudado, porque fueron modelos a seguir, o bien, porque se constituyeron en referentes de aquello que precisamente no deseábamos ser. 
Sin ellos, seguramente nuestras realidades también habrían sido otras. No me animo a aventurar, si mejores o peores, sólo existencias distintas. Los senderos que tomamos y las personas a quienes cruzamos en su andar, van dibujando y construyendo nuestro propio itinerario, ese mapa de ruta que nos conduce a lugares insospechados y hace de nosotros las personas que somos, moldeando inexorablemente nuestra identidad. 

G.J.
PD: Si alguien tiene ganas de contarme como y cuando, existió alguien o algo que haya marcado sus vidas, me encantaría que me lo comenten. Quizás así encuentre a la chica que aún hoy, ocupa la mente de quien escribió Mi Caramelo, la canción de la Bersuit.



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miércoles, 13 de julio de 2011

LAS DOS LUNAS DE VERONICA


Verónica estrenaba una sensación de tristeza al percibir que el hombre que estaba a su lado desde hacía muchos años, ya no podía protegerla. Él, por su parte creía estar siempre muy cerca de ella. Para Verónica, él la había abandonado. Para Agustín, ella siempre tendría todo de él. Por distintas razones,  sus vidas se hallaban sesgadas por la distancia.

Me pregunto quien de los dos tenía la razón respecto de aquello que estaban sintiendo, quien de los ellos poseía la verdad? Quizás sólo se tratase de dolores distintos. Quizás la pena no se pueda comparar en términos relativos entre un corazón y otro.. Quizás las heridas lastimen en lugares diferentes. Quizás existan incluso, sufrimientos más justos que otros. Pero de seguro, en todos los casos, la experiencia de quien padece, es siempre una realidad tan dolorosa como verdadera.

Se despidieron. Posiblemente ya no volverían a verse. En una soledad que lastimaba, ambos quedaron como ausentes atrapados por la noche.

Algo apartado, su niño los seguia con una mirada expectante.

Súbitamente, el brillo de la luna pareció golpear a Agustín y arrancarlo de su ensueño. La distinguió inmersa dentro un cielo azul profundo, tan profundo que parecía contenerla sólo a ella. Algunas nubes desplazadas por el viento, la atravesaban lentamente. La cubrían para desnudarla un instante después. Obnubilado por su implacable luz y persistencia, la veía reaparecer mágica e inevitablemente una y otra vez.  Imprevistamente pareció tomar conciencia de su propia pequeñez frente a ese astro que  estático, parecía mirarlo y asegurarle que allí se quedaría para siempre. Se estremeció, cerró sus ojos y lloró, perdiendo la noción del tiempo. Al volver en sí, su luna seguía estando allí para él, inmutable, siempre idéntica, sin exigirle nada, sin hacerlo sentir incorrecto.

Y el niño, apartado, parecía comprenderlo…

Muy cerca de allí, Verónica contemplaba el mismo cielo con una mirada distinta, más aguda, como si sus ojos tuviesen el poder casi infinito de un telescopio. También a ella, la  luna la hipnotizó. Sus formas, sus relieves, su  comportamiento. Al observarla, pudo percibir lo que Agustín parecía desconocer: la luna se movía y giraba insolente sin pedir permiso, mostrando su vitalidad y dejando al descubierto sus distintas caras.  Poseía un ritmo propio  que no parecía detenerse por nada ni nadie. Nuestra Verónica, inmóvil, se maravilló de tanto sincronismo, cuya autonomía, ella no podría jamás modificar. Los hilos no estaban en sus manos y aunque la necesitara, la luna se alejaba irremediablemente.

Y su niño, apartado, también comprendió…

Un mismo objeto, había conmovido a dos seres de manera muy diferente. La experiencia que ambos tenían respecto de esa luna y la sensación de sí mismos que a modo de espejo, la misma les reflejaba, difería por completo. Agustín  tuvo la certeza de que no importaba cuánto él pudiese ausentarse, la misma luna siempre permanecería intacta junto a él. Se sentía su dueño. Verónica, en cambio, veía que el astro se le escapaba,  dejándola en una soledad que la sacudía. Uno, la poseía a su antojo, el otro la perdía inexorablemente.
Sin embargo, no es fácticamente posible que algo pueda moverse y estar quieto a la vez. Que algo pueda permanecer y alejarse al mismo tiempo. Se trataría de  una premisa compuesta por términos que se excluyen entre sí.
No obstante, y a pesar de dicha contradicción, puede alguien dudar que la experiencia emocional o subjetiva de estas dos personas es un sentir verdadero y coherente con lo que cada uno percibe de aquello que tienen frente a sí?
Pues la vida siempre ocurre de este modo. La vida no se mira, se siente. Acaso tenemos conciencia  de que en este mismo instante nos estamos moviendo junto con la tierra que nos alberga. No, y sin embargo así es. En el devenir de la vida, lo que marca el ritmo de nuestras emociones es lo que cada uno puede percibir y no lo que las cosas son en realidad.

Y mientras tanto, el niño continua allí, comprendiendo que la distancia entre ellos es inevitable.

Agustín, corrió agitado. Necesitaba contarle a Verónica lo poderoso que se sentía por poseer a la luna. Casi al mismo tiempo, ella quiso transmitirle su profunda pena al haber comprendido el poco control que tenia sobre aquel objeto que nunca la esperaría. Al oírse, sus rostros se entristecieron. Repentinamente advirtieron que no podrían sintonizar sus miradas, perpetuando aquella sensación inicial  de incomprensión y desencuentro entre ambos. El mundo que un día había sido contemplado con los mismos ojos, se había transformado en dos mundos distintos.

Y, con un dejo de resignación y lagrimas en los ojos, el niño pensó: “que pena que hoy, no puedan darse cuenta que se trata de la misma luna”

Cíclicamente y con una melodía que le es propia, el amor parece separarse en mundos que poseen lunas exclusivas, imposibles de compartir, haciendo inviable la posibilidad del encuentro.  Y sólo algunos pocos, como si fuese un milagro, son capaces de transformarse durante apenas un instante, en ese niño apartado que posee el precioso don de percibir y comprender los dos mundos a la vez.

Gabriela Jaicovsky
Abril 2011

PD:.Por suerte hoy,  mi luna es azul, igual que la de él. Y pronto, la tuya, si aún no lo es, tambien será una sóla luna compartida.


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